Cada vez que Autzima ("rocío del amanecer", en otomí) López Penagos --una espigada defeña de 11 años de edad-- levanta la mano para preguntar algo en clase, su maestra tiembla: --Antes le daba gusto que participara, pero ahora pone cara de "otra vez tú" y trata de evitarme --se queja la niña.
Para no aburrirse mientras la profesora repite la misma lección una y otra vez a los discípulos menos espabilados, Autzima pasa el tiempo dibujando ojos, muñecas, espirales y curiosas figuras humanas. El colmo llegó hace un par de meses, cuando la docente explicaba las respuestas correctas de un examen de matemáticas: Autzima detectó un error de su mentora y de inmediato se lo hizo notar. A regañadientes, ésta reconoció el error y se disculpó, medio horrorizada, medio desconcertada, ante su alumna: --Todos los humanos cometen errores --dijo.
Cuando la chiquilla era aún más pequeña, sus padres solían estimularle su creatividad mediante la pintura: le daban pigmentos, telas y papeles para que plasmara sus fantasías. Para facilitar el aprendizaje de las matemáticas, jugaban con ella a clasificar objetos según sus formas geométricas. Autzima aprendió a hablar antes de cumplir un año de edad. Ahora su vocabulario es superior al del preparatoriano promedio.
Autzima es voraz lectora de libros y cuentos para niños. Le gustan las ciencias naturales y proyecta dedicarse, de grande, a la arqueología o cualquier rama del arte.
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